Beatriz González
Bruma

15 de septiembre de 2022 a 21 de mayo de 2023


“Me esforcé en buscarle unos colores que son más referidos al duelo, porque son oscuros, como el negro sobre los zafiros de los cielos, que voy echando capa sobre capa sobre capa, con veladura. Siempre he usado la veladura pero ahora más, para que nada tenga contorno porque así es la memoria traumática, nunca es clara”.

Beatriz González


Sus herramientas tan antiguas como la agricultura, han mutado su uso, los palos, costales, picas y palas ya no son símbolos del trabajo para la vida, ahora son herramientas que transportan o buscan los cuerpos de los desaparecidos. La serie FUNEBRIA surge de las noticias de prensa cuando en diciembre de 2019 se publicaron los hallazgos de fosas comunes en el cementerio Las Mercedes, en el municipio de Dabeiba, Antioquia, donde encontraron decenas de muchachos campesinos que fueron asesinados por las Fuerzas Armadas de Colombia, luego de haberlos atraído con promesas de trabajo para crear un teatro de operaciones, en donde eran dados de baja como si estuvieran en combate e hicieran parte de las guerrillas.

La arqueología de este crimen de Lesa Humanidad que ha venido haciendo el tribunal de la Justicia Especial para la Paz (JEP), ya supera 6.400 falsos positivos entre el 2002 y el 2008. La desaparición forzada es un arma de guerra que ha sido utilizada por todos los actores del conflicto, La Comisión de la Verdad ha estimado en su informe la cifra de 130.000 mil desaparecidos durante el último ciclo del conflicto. El Registro Único de Victimas puede duplicar esta cifra. Aún no se consolida un estimado, y los hallazgos oficiales apenas comienzan, el subregistro puede ser enorme. Queda una inmensa tarea por delante.

A partir de fotos de prensa, según el proceso que acostumbra Beatriz González, ella plantea planos pictóricos que transfiguran, los excavadores (cubiertos con trajes blancos que abren zanjas rectangulares entre la tierra y que, a simple vista, parecen arqueólogos), en campesinos, exponiendo la paradoja que en la realidad ocurre: no trabajaran la tierra, pero con sus propias manos buscan sus seres queridos.

Grandes porciones de la población originaria de los territorios son desplazadas por el miedo, o son sometidos a riesgos muchas veces mortales, o se los extermina y desaparece. Es un gigantesco Apartheid el que está ocurriendo en nuestro tiempo, una gran operación de segregación que a través de la violencia extrema convierte estas vidas en superfluas y las oprime. Así se administra el despojo de la tierra y se establece el control sobre extensas zonas de la geografía del planeta.





BRUMA, la obra más reciente de Beatriz González, se enclava en este gran espacio, esculpido a golpes por las víctimas de la violencia sexual junto a Doris Salcedo, quien funde para ello, treinta y siete toneladas de armas de la guerra, dejadas voluntariamente por la antigua guerrilla de las Farc en el proceso de paz, en este piso bajo nuestros pies, “porque la guerra nos deja solo vacio y silencio”. Este contra monumento Fragmentos, recoge esta experiencia de la palabra para finalizar la violencia, invirtiendo el sentido del poder asesino de las armas, a martillo y a fuego, hasta convertir una pulsión agresiva, en el suelo, la base de la utopía, ya probada posible, de crear espacios generosos para argumentar y crear, aun en el conflicto, desde el arte y el pensamiento, acogiendo a Beatriz González, que viene con sus Auras anónimas desde los columbarios del Cementerio Central de Bogotá, donde esta obra hace lo propio e invierte el sentido de las tumbas vacías, tapándolas con las siluetas de los cargueros; pero este monumento aún espera su plena existencia pública, y su restauración, de modo que las auras quedan custodiando el cementerio, mientras A Posteriori se presenta aquí, en la borrosa persistencia de la conmemoración, llegando a Fragmentos con una tumba pintada para cada una de las miles de almas de los desaparecidos por la guerra: “El lecho donde yago”, el lugar para el reposo de Antonio Machado. Un descanso para cargueros, auras y buscadores.

Se han fundido en Fragmentos dos contra monumentos, una doble heterotopìa en la posibilidad de la empatía, que hoy nos exige el momento histórico, ya acaso el gran silencio y vacio de las salas nos contiene, y aun adentro en el hueco sellado. Detrás y adentro del nicho cerrado al fin. Somos también los cuerpos de otros. También tenemos nuestro propio rostro sin vida en el sudario. También pedimos y hacemos justicia. Sin armas.

Siluetas borrosas, como si el viento hubiera borrado la cara, las manos, los miembros. Hombres y mujeres que cavan y buscan. A veces desentierran. Alguien entregó un taúd con “los huesos dueños de una historia secreta”, en el verso de José Emilio Pacheco que nombra “A cada uno con su ofrenda”. Unos Mamos en la Sierra Nevada cantan con flautas la restitución de la tierra entre la niebla azul. Mujeres con cuerpos violentados han muerto con torsos y gestos crispados. Son muñones apenas. Cargueros con cuerpos cruzan montañas y parajes. También están borrados. Una mujer se cubre el rostro con ambas manos, no puede ver, no puede saber, no puede decir, sabemos que llora. La acompaña Verónica, la impronta sin vida del rostro de Beatriz González pintado por si misma, que frente a Dolores es un manto de empatía sagrada.

Beatriz González camina a pasos lentos a esta hora de su vida cuando su arte vuela más lejos, como si llevara el peso de esas fuerzas que nadie comprende y que en su obra cobran vida al fin, más claramente que nunca Colores libres de toda duda, aunque nacidos de la torpeza del pulso y del ojo: pinta lo que solo adentro puede ver, en su interior, una imagen prerretiniana, cuenta desde adentro con una iconografía que ha interiorizado tanto en una vida, que ella no corresponde a una representación sino a una encriptación de la memoria. Esto hace que estas pinturas sean eternas.


Veladura sobre veladura, la pintora se ha desvanecido, borrosa la pintura se deja hacer y decir, ese instante para la eternidad es una lágrima de transparente comprensión, que fugaz es y pasará, con la promesa de volver a comparecer ante la vista de la Historia de los desposeídos que, en cada nueva acción de rememoración, la reconocerá.

Maria Belén Sáez de lbarra
Curaduría y textos


“Aquí se retoma la intención que tiene mi obra que es la repetición, porque hay que insistir mucho en Colombia, en ciertas frases, en ciertos pensamientos, es una insistencia en la situación del país, es una insistencia en que no se repita más”.

Beatriz González



Agradecimientos

A Beatriz González, Doris Salcedo, María Belén Sáez de Ibarra (Curadora de la exposición), Natalia Gutiérrez Montes, Gloria de la Pava, Clemencia Echeverri, Galería Casas Riegner, la Dirección de Patrimonio Cultural de la Universidad Nacional de Colombia y Desde el Altillo.
Un agradecimiento especial a Juliana Restrepo, a María Fernanda Ariza, a Ana María Romero, a las áreas de Museografía, Gestión de Colecciones, Divulgación educativa y Prensa, Gestión Administrativa, Gestión Financiera y de Planeación, Asesoría Jurídica y a todos los otros equipos del Museo Nacional de Colombia y de la Asociación de Amigos del Museo Nacional que hicieron posible la realización de esta exposición.



Beatriz González
(Bucaramanga, 1932. Vive y trabaja en Bogotá.)



Maestra en Bellas Artes (1962) de la Universidad de los Andes, Bogotá. Cursó grabado en la Academia de Bellas Artes de Rotterdam, Holanda (1966). Maestra honoris causa en Artes Plásticas de la Universidad de Antioquia (2000). Premio vida y obra del Ministerio de Cultura (2006) y doctora honoris causa de la Universidad de los Andes (2020). Su obra se ha expuesto en el país y el resto del mundo desde hace más de seis décadas en reconocidas instituciones, como Documenta 14 en Atenas y Kassel, el Museo de Bellas Artes de Houston, CAPC Burdeos, el Museo de Arte Reina Sofía en Madrid, el Instituto de Arte Contemporáneo en Berlín, el Museo de Arte Mori en Tokio, MoMA en Nueva York y el Tate Modern en Londres, entre los más recientes. Su obra hace parte de prestigiosas colecciones, como el Museo de Arte de la Universidad Nacional de Colombia, el Museo Nacional de Colombia, el Museo de Arte Miguel Urrutia, el Museo de Arte de Antioquia, el MOMA, la Tate Modern, Fine Art de Houston, Bellas Artes de Caracas, Museo de Arte Reina Sofía, Deutsche Bank en Fráncfort del Meno, entre otros.


De manera paralela a su práctica artística, Beatriz González se ha desempeñado como curadora, historiadora del arte y educadora. Fue fundadora y directora del Departamento de Educación del Museo de Arte Moderno (1970-1983). Se desempeñó como curadora de Arte e Historia del Museo Nacional de Colombia (1989-2004) y como curadora, investigadora y miembro del comité de artes plásticas del Banco de la República (1985-2010). Desde 1977 trabaja en investigaciones sobre museología, historia del arte y caricatura, y ha realizado múltiples publicaciones.