BRUMA, la obra más reciente de
Beatriz González, se enclava en este gran espacio, esculpido a golpes por las víctimas de la violencia sexual junto a Doris Salcedo, quien funde para ello,
treinta y siete toneladas de armas de la guerra, dejadas voluntariamente por la antigua guerrilla de las Farc en el proceso de paz, en este piso bajo nuestros pies, “porque la guerra nos deja solo vacio y silencio”. Este contra monumento
Fragmentos, recoge esta experiencia de la palabra para finalizar la violencia, invirtiendo el sentido del poder asesino de las armas, a martillo y a fuego, hasta convertir una pulsión agresiva, en el suelo, la base de la utopía, ya probada posible, de crear espacios generosos para argumentar y crear, aun en el conflicto, desde el arte y el pensamiento, acogiendo a
Beatriz González, que viene con sus
Auras anónimas desde los columbarios del Cementerio Central de Bogotá, donde esta obra hace lo propio e invierte el sentido de las tumbas vacías, tapándolas con las siluetas de los cargueros; pero este monumento aún espera su plena existencia pública, y su restauración, de modo que las auras quedan custodiando el cementerio, mientras
A Posteriori se presenta aquí, en la borrosa persistencia de la conmemoración, llegando
a Fragmentos con una tumba pintada para cada una de las miles de almas de los desaparecidos por la guerra: “El lecho donde yago”, el lugar para el reposo de
Antonio Machado. Un descanso para
cargueros, auras y buscadores.
Se han fundido en Fragmentos dos contra monumentos, una doble heterotopìa en la posibilidad de la empatía, que hoy nos exige el momento histórico, ya acaso el gran silencio y vacio de las salas nos contiene, y aun adentro en el hueco sellado. Detrás y adentro del nicho cerrado al fin. Somos también los cuerpos de otros. También tenemos nuestro propio rostro sin vida en el sudario. También pedimos y hacemos justicia. Sin armas.
Siluetas borrosas, como si el viento hubiera borrado la cara, las manos, los miembros. Hombres y mujeres que cavan y buscan. A veces desentierran. Alguien entregó un taúd con “los huesos dueños de una historia secreta”, en el verso de
José Emilio Pacheco que nombra “A cada uno con su ofrenda”. Unos Mamos en la Sierra Nevada cantan con flautas la restitución de la tierra entre la niebla azul. Mujeres con cuerpos violentados han muerto con torsos y gestos crispados. Son muñones apenas. Cargueros con cuerpos cruzan montañas y parajes. También están borrados. Una mujer se cubre el rostro con ambas manos, no puede ver, no puede saber, no puede decir, sabemos que llora. La acompaña
Verónica, la impronta sin vida del rostro de
Beatriz González pintado por si misma, que frente a
Dolores es un manto de empatía sagrada.
Beatriz González camina a pasos lentos a esta hora de su vida cuando su arte vuela más lejos, como si llevara el peso de esas fuerzas que nadie comprende y que en su obra cobran vida al fin, más claramente que nunca Colores libres de toda duda, aunque nacidos de la torpeza del pulso y del ojo: pinta lo que solo adentro puede ver, en su interior, una imagen prerretiniana, cuenta desde adentro con una iconografía que ha interiorizado tanto en una vida, que ella no corresponde a una representación sino a una encriptación de la memoria. Esto hace que estas pinturas sean eternas.
Veladura sobre veladura, la pintora se ha desvanecido, borrosa la pintura se deja hacer y decir, ese instante para la eternidad es una lágrima de transparente comprensión, que fugaz es y pasará, con la promesa de volver a comparecer ante la vista de la Historia de los desposeídos que, en cada nueva acción de rememoración, la reconocerá.
Maria Belén Sáez de lbarra
Curaduría y textos
“Aquí se retoma la intención que tiene mi obra que es la repetición, porque hay que insistir mucho en Colombia, en ciertas frases, en ciertos pensamientos, es una insistencia en la situación del país, es una insistencia en que no se repita más”.
Beatriz González
Agradecimientos
A Beatriz González, Doris Salcedo, María Belén Sáez de Ibarra (Curadora
de la exposición), Natalia Gutiérrez Montes, Gloria de la Pava,
Clemencia Echeverri, Galería Casas Riegner, la Dirección de Patrimonio
Cultural de la Universidad Nacional de Colombia y Desde el Altillo.
Un agradecimiento especial a Juliana Restrepo, a María Fernanda Ariza, a
Ana María Romero, a las áreas de Museografía, Gestión de Colecciones,
Divulgación educativa y Prensa, Gestión Administrativa, Gestión
Financiera y de Planeación, Asesoría Jurídica y a todos los otros
equipos del Museo Nacional de Colombia y de la Asociación de Amigos del
Museo Nacional que hicieron posible la realización de esta exposición.