Propuesta ganadora de la tercera convocatoria para premiar intervenciones artísticas en Fragmentos, Espacio de Arte y Memoria
Leviatán significa Estado (en latín, civitas) y, en términos modernos, aquel dios mortal que promete la paz frente a la destrucción, convierte a los lobos en ciudadanos, monopoliza la violencia a cambio de la obediencia incondicional y crea el milagro de la paz mediante la gestión de la vida y la muerte de los hombres. Esta enigmática figura, que aparece detalladamente descrita en el Antiguo Testamento, libro de Job, capítulos 40 y 41, está compuesta de dios y hombre, animal y máquina artificial, creado y conjurado por el ingenio y el miedo de la multitud para garantizar su seguridad. Durante la Antigüedad y el Medioevo, el Leviatán es representado como un animal marino (cocodrilo, dragón, ballena, serpiente o pez) junto a Behemoth, un animal terrestre (toro, elefante, búfalo, hipopótamo), cuyo poder indomable solo puede ser dominado por Dios. Así mismo, Leviatán simboliza un animal apocalíptico que devora el cosmos o un animal que escupe a los muertos el día del Juicio Final y, también, representa al diablo, el enemigo malo, en sus diferentes formas de aparición, capturado y apresado por Dios.
Durante la modernidad, la palabra Leviatán hace referencia a un gran hombre, magnus homo, magnus Leviathan, cuya sustancia es maquínica. Así como Dios creó al universo y al hombre, conforme a su amor, su razón y su voluntad infinitas, la multitud fabricó, por su parte, el Estado, la machina machinarum, el magnum artificium, la gran máquina artificial y autómata, aparato inhumano e infrahumano, a imagen y semejanza de la esperanza y del pánico ante la masacre de todos contra todos. La masa se transforma, así, en un conjunto de hombrecillos maquínicos, engranajes fungibles e intercambiables, incrustados en la gigantesca máquina que promete neutralizar el conflicto y asegurar la vida de todos. Sin embargo, la máquina se protege a sí misma; nada más. ¡Abrid ahora los oídos!, dice Nietzsche, “Estado se llama al más frío de todos los monstruos fríos… 'Yo, el Estado, soy el pueblo'. ¡Es una mentira!".
El gran aparato estatal se ha roto; no funciona, ni siquiera al montarlo una vez más. ¡Abrid ahora los ojos! ¡Abrid ahora el interior del Leviatán!, advierte Pablo Mora. ¿Qué hay, qué escuchas? Centenares de vidas humanas oxidadas, sin registro, cuyas lenguas rotas nos inquietan: ¿por qué no se nos escucha? El llamado de los muertos y de los sobrevivientes contiene algo desgarrador, que conmueve el espíritu y taladra el intelecto, porque ni el Estado, ni los magistrados, ni la sociedad los atiende; ya no representan ninguna realidad viva para la mayoría, tan solo una pila de engranajes oxidados en el interior de una máquina rota. Sin embargo, hay algo más.
Adriana María Ruiz Gutiérrez
Leviatán encarna la memoria perdida de las víctimas por la negligencia del Estado colombiano. Un clip oxidado, insignificante, representa una vida: una posibilidad interrumpida. En la madeja en que se convierte cada solicitud extraviada de justicia, hay vidas humanas, casi siempre derrotadas.
El clip oxidado es el símbolo sobreviviente de la entropía del archivo, resultado de la desidia de un engranaje inoperante y cómplice. Las estratificaciones de clips, como bancos de arena, encarnan un Estado “de tiempos eternos", un contra-archivo que evoca vidas perdidas por el conflicto o suspendidas entre solicitudes y situaciones que originan una injusticia sobre otra.
Agradecimientos
Adriana Ruiz Gutiérrez, Isabel Dapena Echeverría, Julieth Cortez, David A. Rincón Santa, Ana Catalina Orozco, Claudia Silva, Juan Camilo Ramírez, Camila Mora, Juan Cristóbal Cobo y Laura Mora.