Entre hostilidad y solidaridad, repensar la vida común
Michel Agier
Estamos viviendo en un mundo más grande que ayer en términos sociales, culturales y económicos. Surge explícitamente la cuestión del mundo común a escala planetaria, por ejemplo, con esta preocupación recurrente: ¿qué espacio y qué forma de gobernanza queremos a escala mundial?
Sin embargo, este mismo mundo está más que nunca fragmentado por la violencia ecológica y social del capitalismo desenfrenado, la sucesión de guerras y las políticas de seguridad de los estados nacionales. Un sentimiento general de inestabilidad e incertidumbre aumenta los temores sociales. Estos son inseparables de las “políticas del miedo” que propugnan el confinamiento en los territorios domésticos y nacionales y la agresión en las fronteras. Un engranaje distópico parece apoderarse del presente y de las visiones del futuro. Además de la crisis ambiental, existen otras tensiones persistentes: la de la gobernabilidad a todos los niveles con la proliferación de regímenes o partidos autoritarios, la de las desigualdades sociales amplificadas por doquier, la de la relación con los otros, un problema tanto político como antropológico. Casi cien millones de personas en el mundo de hoy se han tenido que desplazar, a menudo con urgencia, por causa de estas crisis múltiples e intersectadas. América Latina, y Colombia en particular, está viviendo esta situación global en términos concretos con la movilidad forzada de nuevos migrantes y refugiados provenientes de Haití, Venezuela e incluso del África subsahariana. En todas partes, de manera similar, se desarrollan movimientos ciudadanos que reclaman la acogida de los extranjeros en nombre del principio universal de la hospitalidad, mientras que otros abogan por el repliegue en uno mismo y el repliegue nacional; en general, por el rechazo de los extranjeros.
Así, en un contexto donde el “clima de ansiedad” es constantemente evocado por los medios de comunicación y donde muchos Estados nacionales promueven el repliegue en sí mismos como una solución de “emergencia” permanente, ¡pensar en la solidaridad es un verdadero desafío! Requiere una reorientación radical de mentes y políticas, y mucho coraje para defenderla e implementarla. Si la solidaridad es obviamente indispensable para que las sociedades "se mantengan juntas" en todas las escalas, el futuro de la solidaridad debe llevar necesariamente a los ciudadanos, investigadores y líderes políticos a cuestionar las formas y los contextos de la vida común hoy, desde lo local hasta lo global.
La sociología francesa ha definido la solidaridad desagregándola en dos aspectos. “Solidaridad orgánica”, en palabras del padre de la sociología francesa, Emile Durkheim, designa la interdependencia de todas las funciones y categorías que hacen posible la existencia de una sociedad. Sin embargo, una salvedad: esta forma “orgánica” generalmente se concibe dentro del marco nacional, mientras que hoy es bastante obvio que estas relaciones estructurantes se proyectan mucho más allá de lo nacional, a escala planetaria. Así lo demuestran los diferentes aspectos de la globalización, económica, cultural, así como la naturaleza planetaria de las principales cuestiones de nuestro futuro, ya se trate de la ecología, la migración o la salud pública.
Por otra parte, el mismo Durkheim evocó la “solidaridad mecánica”, es decir la de las pequeñas unidades sociales, las relaciones cara a cara, los dones y contra-dones. Este dominio es por definición el “campo” de los antropólogos que están interesados en las prácticas y teorías de la relación, en los mundos relacionales en general. Como antropólogo, familiarizado con campos de investigación en África y América Latina, partiré de ahí para detallar lo más precisamente posible la propuesta de la vida en común, apoyándome en tres conceptos relacionales en los mundos africanos, zumunci, teranga y ubuntu, tres palabras que hablan de relación en una dimensión universal.
Al estudiar las formas de hospitalidad, es decir, las formas de establecer una relación con un extraño a quien todavía no conozco (o simplemente un extraño en la medida en que no lo conozco), he extraído de mis investigaciones en el mundo Hausa, entre Togo, Níger y Burkina, la noción de zumunci en lengua hausa. Este concepto se utiliza cotidianamente para designar la acogida de una persona ajena a la familia, la casa, la ciudad o el país de acogida como la dependencia de la persona acogida durante la duración de su acogida, y también la deuda que esta siempre tendrá con aquel que lo acogió como su "padre". Se trata de una relación de mínima protección que va desde el simple alojamiento hasta la posibilidad de una relación laboral o también una futura colaboración. Es una forma social que expande lo familiar y que es también una forma de dependencia: no hay igualdad en ese momento de esta relación, sino una forma social en evolución, que se transforma con el tiempo.
Un segundo concepto se hace eco del anterior: el de teranga, en la lengua wolof de Senegal. Designa la implementación de un principio de reciprocidad. Cada uno queda profundamente marcado por la teranga que recibe y que debe ser devuelta de manera diferida, lo que la convierte en una forma de economía de la relación. Es importante diferir para dar tiempo al endeudamiento y una relación que también abre amplias posibilidades de cooperación y desarrollo económico. La teranga por lo tanto tiene efectos económicos: requiere inversión, cuidado y atención que mantiene una confianza favorable a la cooperación.
Un tercer término, ahora reconocido internacionalmente por su capacidad de decir lo que otras palabras no dicen, es ubuntu. "Yo soy porque somos": así es como generalmente se traduce o interpreta la palabra. Proviene del idioma bantú xhosa de Sudáfrica. Nelson Mandela hizo un gran uso de ella en política para llamar a la reconciliación y para significar que es imperativo lograr vivir colectivamente para poder vivir individualmente. Encontramos las mismas palabras, traducidas al español, en Colombia: "Soy porque somos" es el nombre del movimiento ciudadano integrado por minorías afrocolombianas, indígenas y feministas, y llevado por Francia Márquez, ella misma afrocolombiana, vicepresidenta electa de Colombia en junio de 2022. Aliada con el líder de izquierda y exguerrillero Gustavo Petro, este movimiento atrajo el voto popular masivo que contribuyó a su elección.
Es sugestivo ver en la articulación de estos tres conceptos un posible "trío" ejemplar (una ejemplaridad que se podrá encontrar fácilmente explorando otros lenguajes y otras sociedades) que enlaza las dimensiones social (zumunci), económica (teranga) y política (ubuntu) de una idea de la vida común. Si, por ejemplo, el término “hospitalidad” (de origen latino) corresponde, pero solo en parte, al concepto hausa zumunci, de igual manera la teranga de la lengua wolof desarrolla de manera más amplia la idea de “solidaridad (también de origen latino) mecánica”, y el ubuntu de la lengua xhosa responde a la necesidad de “solidaridad orgánica” descrita anteriormente, dándole una dimensión existencial genérica y una ambición política. Hay en este trío un universal de vida común y, más aún, un universal común porque es múltiple. El método cosmopolítico es lo que hace posible hacer el necesario vínculo entre todos los vínculos. Puede multiplicarse hasta el infinito, lo que permite imaginar un lenguaje universal de la vida común, hecho del inventario y del encuentro de estas nociones. Es una utopía que nace del presente, pero también es una emergencia, que permite reimaginar el horizonte de la vida común a la escala más amplia del mundo, haciendo posible finalmente, un día, el acuerdo de todos en la necesidad de un “nosotros” cosmopolítico.